Cerrando el censo 2010, y gracias a Iván Dawidowski, les acerco este dato curioso sobre censos, censados, censores y censurados…
Los censos y la censura.
Son dos palabras que suenan parecido: "censo" y "censura". ¿Existe acaso una relación entre ambas? La respuesta es un rotundo sí. A primera vista parece complicado en qué pueden relacionarse la censura a la prensa o la censura cinematográfica con el arte de saber cuántos ciudadanos hay en un país, por ejemplo, pero resulta que sí existió relación... en la Antigua Roma. Para eso, debemos retroceder en el tiempo hasta la República Romana (509-31 a.C.). En ella existían patricios (los aristócratas) y plebeyos (bueno... la plebe de toda la vida). Después, aunque las diferencias entre patricios y plebeyos fueron abolidas, la expansión imperial hizo que existieran ciudadanos romanos sometidos a las leyes romanas, y ciudadanos no romanos. Eso hasta que en 212 d.C., Caracalla impuso la ciudadanía romana incluso contra la voluntad de sus súbditos. Pero eso es otra historia. El punto acá es que la sociedad romana bajo la República no era igualitaria, y contemplaba distintas cargas, obligaciones y derechos para las personas, según su estatus. Y aquí es donde entra el problema del censo.
Todos los países desde que la civilización es civilización, han necesitado herramientas para determinar cuánta población poseen. Hay dos razones obvias: en primera, saber cuántos ingresos pueden conseguirse por vía de impuestos (mientras más habitantes, y mientras menos privilegiados exentos de impuestos, más ingresos), y en segunda, saber cuántos hombres pueden ser puestos en pie de guerra, llegado el caso. Hasta el siglo V a.C., dentro de la República Romana, tales atribuciones estaban en mano de los cónsules, pero en dicho siglo fueron creados funcionarios especiales, encargados de hacer las listas de ciudadanos, o sea, el censo. Estos fueron los censores.
Como la legislación romana no era igualitaria, esto permitía imponer como pena para ciertos delitos, el perder los derechos ciudadanos. Entonces, había que tachar el nombre de la persona de la lista de los ciudadanos, labor que por supuesto le correspondía administrativamente al censor. El fundamento era que los derechos cívicos sólo podían corresponderle a personas de moral probada, o de lo contrario la República decaería. Así, la censura se extendió a ciertos delitos, al lujo inmoderado, incluso al descuido y la negligencia, y particularmente a lo que podríamos llamar "decencia" y "buenas costumbres". Como estas actividades implicaban que el censor intervendría, podía calificárselas como "censurables", y de ahí que se diera el salto desde el censo demográfico a la censura como actividad destinada a mantener la moral y las buenas costumbres (cercenando la libertad de expresión, claro, pero nadie dijo que fuera a ser bonito, ¿no?).
En los tempranos tiempos del Imperio, bajo el gobierno de Octavio Augusto (31 a.C. a 14 d.C.), la censura fue absorbida por el poder del Emperador. Hubo algunos intentos de volverla a instaurar, ahora ya no en su faceta demográfica, sino para promover la reforma de las costumbres. En fecha tan tardía como 250, cuando ya todos los ciudadanos del Imperio eran iguales ante la ley (salvo los esclavos, que jurídicamente no eran personas sino cosas), aún el Emperador Decio, empeñado en recobrar las antiguas virtudes cívicas por encima del caos en que el Imperio estaba cada vez más sumergido (y del que, entre los siglos II y V en que el Imperio Romano decayó, ya no se recobraría), nombró a Valeriano como censor. El nombramiento duró tanto como el gobierno de Decio, que como otros Emperadores de su tiempo, tuvo un período deprimentemente corto (249 a 251, en concreto). Muerto Decio, la censura volvió al arcón polvoriento de los recuerdos. Aunque regímenes políticos de variado tipo y calibre, hasta el mismísimo siglo XXI siguen nombrando sus propios censores con el pretexto de "vigilar la decencia y las buenas costumbres"...
Fuente: http://sigloscuriosos.blogspot.com/2010/10/los-censos-y-la-censura.html
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