Luis Silva Parra es un reconocido saxofonista que en sus inicios tocaba los bongós. Sus hijos Luis Jr. y Medardo son quienes más han desarrollado una carrera musical como bateristas. Pedro Castro Silva, pianista y director de la Banda de la Armada.
Lucho Silva (i) es el actual patriarca del clan, que empezó su padre Fermín. Lo acompañan sus hijos Medardo, en la batería, y Luis Jr. Foto: José Morán
A Luis Silva Parra se lo puede encontrar seguido en los salones de la Academia Preludio. Uno de sus alumnos más asiduos es Kevin León, de 10 años, quien acude todas las tardes para aprender a tocar el saxo con el octogenario músico.
Lucho, como sus allegados lo llaman, revive sus inicios cada vez que imparte clases. Son los recuerdos de una infancia que estuvo marcada por el sonido del violín que tocaba su padre Fermín Silva De la Torre, quien fue arreglista y director de orquestas. Don Fermín también incursionó en las bandas militares.
Aunque la melodía del violín siempre envolvió su ambiente, ese no fue el instrumento que lo deslumbró. Más bien, el ahora patriarca del clan Silva, cuenta que antes de descubrir su pasión por el saxo tocaba el rondín y los bongós.
De hecho, la música no estaba en sus planes. Relata que inicialmente su sueño de niño era convertirse en piloto de avión de la compañía internacional Panagra. “Cuando los pilotos bajaban de esos aviones de dos motores imaginaba que eran unos héroes”, dice el músico de cabeza rapada.
El plan cambió cuando su papá lo llevó a una presentación de las bandas de la Marina y de la Policía. “Les echaba el ojo a los saxofonistas. Cuando se ponían el cordón para sostener el saxo me quedaba mirándolos fijamente”, recuerda. Ese bichito tomó fuerza cuando don Fermín le enseñó unos dibujos de saxofonistas. Lucho recordó también aquel instrumento de palo de balsa que él hizo en la escuela.
“Mi papá me preguntó quién había hecho eso y le respondí que yo solito... Por eso me inscribió en la Filantrópica para aprender sus primeras pitadas”, recuerda.
A los pocos meses aprendió a tocar la marcha nupcial con el saxo. Eso le permitió trabajar en las recepciones de matrimonios, donde ganaba 20 sucres. Tenía 11 años.
A esa edad integraba la Big Band de Jazz que su padre había fundado. Luego encontró un lugar en la Costa Rica Swing Band. Sin embargo, antes de ser parte de la orquesta tocó en pueblos y cabarets. Lucho cuenta que además fue “lagartero”.
“El director del conjunto convocó a los estudiantes de la Filantrópica, porque se habían retirado los músicos viejos. Aunque estaba muy peladito, el director me probó e ingresé como uno de los saxofonistas, luego ascendí. Me compraron mi primer saxo que entonces costaba 6 mil sucres. El dinero me lo descontaron en cada presentación”, refiere.
Después de su paso por la Costa Rica Swing Band “Lucho” recuerda que en la década del 50 formó junto con Octavio (batería), Fermín (bajo), Colón (contrabajo) y Laura (voz) el conjunto de Los Hermanos Silva, que duró más de diez años y grabaron canciones para el equipo Barcelona, así como villancicos.
Otras de las orquestas que integró fueron América, Sonora Rubén Lema -en la que se desempeñó como cantante y flautista-; Blacio Jr., Los Gatos y De Luxe.
La historia repitió con sus hijos Beatriz (fallecida), Luis, Medardo y Roberto (que vive en Estados Unidos), quienes durante años lo escucharon tocar el saxo, pero prefirieron otros instrumentos. Tres de sus vástagos se interesaron por la percusión, mientras que su hija se dedicó a cantar.
Luis Jr., quien es Subsecretario de Cultura, recuerda que cuando tenía 3 años de edad juntaba los tarros de leche y unos palos para simular que tenía una batería. A los 13 años fue el baterista de la orquesta Los Timbalitos, en la que su padre era el saxofonista. A los 6 aprendió a tocar el bongó y el clarinete, instrumento que perfeccionó en el conservatorio Antonio Neumane. A los 19 años aplicó para una beca en el Conservatorio de Moscú. Lo de baterista lo llevaba en la sangre.
Recuerda que realizó su primera presentación como tal en el programa de televisión “Triqui traca”, que en 1968 se emitía por el entonces Canal 10 (hoy TC Televisión), porque el baterista de la orquesta de su padre no se presentó.
Al año siguiente le propusieron integrar Los Corvets y aunque inicialmente “Lucho” se opuso, terminó integrándolo hasta 1974 cuando el grupo se separó por primera vez. También formó parte de Los Cuatro, junto con Roberto Viera. Allí permaneció cinco años. Más tarde decidió viajar al conservatorio Moscú, donde se gradúo como máster en música.
Regresó 8 años después al país para ser parte de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil y de Quito. Uno de sus mayores logros, según Luis, fue abrir la academia Preludio, donde muchos jóvenes y adultos desarrollan sus habilidades en distintos instrumentos.
Su hermano Medardo, quien a los 3 años aprendió a tocar el clarinete, en cambio descubrió su gusto por la batería en el colegio San José La Salle, donde compartió aula con el presidente Rafael Correa. El cuenta que en el colegio le preguntaron qué tocaba, y a pesar de entonar el clarinete respondió: la batería.
“Cuando me hicieron la prueba con el tema ‘Sister golden hair’ (del grupo América) no sabía cómo empezar. Marqué el ritmo y de ese no salí. Le pedía a mi amigo que remate con el platillo y así logré ingresar. Fui donde mi hermana Betty para que escuchara la grabación y me preguntó que quién tocaba la batería. Le dije que yo lo hice y ella le contó a mi papá. Lo único que él dijo fue: otro baterista más en la familia”, relata.
Medardo, quien también se desempeña como empresario artístico, ha tocado en Caudal, en De Luxe y luego formó Jazz Port. En 2002, durante un viaje que realizó a Estados Unidos, tuvo la oportunidad de ser asistente de producción y parte del ‘staff’ de producción del disco “Libre”, de Marc Anthony.
Pedro Castro Silva, quien hace 41 años es director y arreglista de la Banda Blanca de la Armada Nacional, también recuerda sus inicios y explica las posibles razones por las que los Silva prefirieron la percusión en lugar del violín, como lo hacía su abuelo Fermín. Castro Silva considera que simplemente fue una transición generacional que heredó un talento.
“Lo mismo ocurrió en el pasado. Mi papá (como llama a su abuelo Fermín porque con él se crió) fue el nieto del español Fermín Silva Regato y Oseguera, que fuera director y arreglista de una orquesta española de zarzuelas y operetas que llegó a Ecuador en 1862. Su padre Arsenio Vicente Silva y Valdez no se dedicó a la música, sino que fue carpintero. Es decir que se saltaron una generación que no estuvo interesada en la música”, indica Castro Silva, a sus 67 años.
Cuenta que su formación como pianista empezó en el colegio. “No aprobé el tercer año y odiaba las matemáticas. Lo que quería era dedicarme a estudiar música. Ingresé al Conservatorio Antonio Neumane y aunque no terminé, aprendí lo necesario para emprender mi carrera”, narra el sexagenario músico, que a los 19 años llegó a la Infantería de Marina. Alcanzó el grado de suboficial pasivo.
Aunque era pianista, en la orquesta también debió tocar los tambores, los bongos, timbales y lira. “Tocaba las congas de niño. He grabado 34 discos. El primero fue ‘Piano amor’. Luego musicalicé el himno a la provincia del Guayas, que escribió en 1841 José Joaquín de Olmedo”, recuerda uno de los miembros del clan Silva marcado por los instrumentos de percusión.
Fuente: http://www.telegrafo.com.ec/index.php?option=com_zoo&task=item&item_id=11985&Itemid=19
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