Vive en Nueva York, pero su segundo hogar es Mendoza. Tras dictar en el país varias clínicas de batería, ahora regresa con el Phil Maturano Quartet; un ensamble de créditos internacionales del jazz que aterriza hoy y mañana en Chacras de Coria.
Como todo jazzman, Phil tiene su swing al hablar, sabe que hay una poesía en el sonido. De modo que con él, es fácil compartir una mirada sobre el significado de la música, la destreza artística y, especialmente, el jazz. Y como símbolo del género (convengamos: es uno de los 50 mejores bateristas de la historia del instrumento) su viaje personal inside.
Digamos que el estrecho espacio entre los clubes jazzeros de Nueva York y el corazón de un muchacho punk con ADN argentino sirvió de puente para que el baterista madurara su carrera.
Donde un blanco desentona, en la ansiedad de la sesión, la acústica incompleta se fue alejando del primer plano para dejar la siembra musical de aquello que eligió como destino.
Ahora, transformado en un referente del latin drumming, está aquí, al alcance. Tras dictar su clínica en la ciudad, regresa con el trío que lo secunda en escena: Phil Palombi en bajo (Grammy Award 2009), Matthew Fries en teclados (ganador de la Gran Competición de Pianistas de Jazz de los Estados Unidos) y Ale Demogli en guitarras (argentino egresado de Berklee).
“Siento que algo le debo a nuestra gente y a nuestro paisaje, a la montaña uspallatina que acostumbraba visitar”, dice recordando sus temporadas mendocinas de la infancia.
Para Phil, el jazz nos hace mejores, punto. Allí está la modernidad movediza, la travesía de los sentidos. Su banda, reconocida por sus plenos de sutileza y alegría latina, ensaya un amplio repertorio de clásicos y temas propios. De modo que estos músicos formados en la noche neoyorquina nos ofrecerán una perfecta ocasión para apropiarnos de los sonidos de la noche en la Gran Manzana.
“La formación es dinamita”, consiente Maturano, “pensando en ellos por lo que cada uno representa, o en la química que se logra”.
Y no es que su expresión del jazz sea extravagante. Más bien, “una vanguardia construida desde el conocimiento y una respetuosa interpretación de los clásicos con el lenguaje más novedoso de la música”. Eso, claro, más el sello latino que ha definido a Maturano como uno de los innovadores de la batería.
Hay un bonus interesante: estos grandes músicos también ofrecerán una clínica de ensamble, los mismos días del espectáculo, en la Sala Paradiso, desde las 17.30, para explicar a cultores y aficionados cómo se entrenan en los Angeles, New York y los grandes colegios musicales de Estados unidos, los músicos de estirpe.
Excelente posta en medio de la gira nacional del presente año, antes de partir al tour europeo, donde los espera Italia y Alemania como primeros destinos.
Golpe a golpe
Phil toca con esa conciencia que le dio la dupla creatividad/disciplina: la frase, el impacto, la composición, la revelación, sin atarse a la construcción que la precede. No es caer en un lugar común hablar de “trance”. Es un “atravesador de fronteras”, un músico que explora de lado a lado, en todos los rincones del sonido, sin perder por ello la capacidad de dar lecciones mediante construcciones musicales rigurosas, llenas de misterio, pero aún así transmisibles, estimulantes.
Quizá importe decir que ha tocado con los grandes de este y otros géneros, aunque lo más relevante, lo que supo reconocer el año pasado el jurado de la revista “Sticks”, es que su batería suena con su propia voz. Claro, atravesó las raíces afroamericanas y encontró su pulso a tierra en un viaje siempre insumiso por los ritmos.
“La música en muchos mundos”, dirá Phil. Precisamente si hay algo que define bien su música es esa idea: un latido en permanente desplazamiento expansivo. La melodía, la ruptura, son constantes exploraciones.
Y sí, dirán, es jazz. “Lo más interesante que me ocurre tocando es sorprenderme a mí mismo”.
La sorpresa debe ser continua. “Cuando toco con mis músicos, con mi cuarteto, eso fluye”. Eso es lo que nos enseñaron los grandes, ¿no?, como Miles Davis, Charlie Parker, Armstrong mismo, no aburrirse nunca.
De ser un género popular en los ’30 (bailable y con alto vuelo creativo), pasó a posicionarse con el bebop de los años ’40 como una música sofisticada, muy difícil, para público selecto.
Después de los extremos del free jazz el público de corazón oscuro terminó yéndose directo a la soul music. Diríase que sólo quedaron intelectuales blancos.
Lo cierto es que, de a poco, por los fenómenos de la fusión y la sangre nueva, el jazz fue recuperando la atracción de muchos. En especial cuando convocan ensambles como estos. “Somos un equipo de ritmo con ‘telepatía musical’".