Lo admito: yo soy de esas personas que se la pasan pegadas al teléfono. Cuando me levanto, lo primero que hago es revisar el correo electrónico, revisar qué hay de nuevo en mitimeline de Twitter y mandar algunos enlaces interesantes a mi cuenta de Instapaper. Si me topo alguna imagen interesante, saco el iPhone para tomar una foto y publicarla en Instagram -sí, al igual que el usuario promedio, también pongo fotos de mi comida o mis mascotas-. Si estoy aburrido, escribo algún tweet o miro si hay algo relevante en Reeder o Flipboard. Me comunico con mis amigos por WhatsApp y iMessage; coordino mi trabajo en redes como Yammer o Socialcast; y apunto pendientes y ocurrencias en Evernote. Vaya, que en la mano tengo un coctel de aplicaciones que uso todo el día.
Como yo, millones de personas están pendientes de su móvil a todas horas. No los culpo: entre la necesidad y el gusto, uno puede pasarse buena parte del día mirando la pantalla. Esto, por supuesto, no gusta a todo mundo. Existen muchas situaciones sociales que se tornan incómodas porque estamos absortos en la pantalla, o gente que considera de muy mala educación que su acompañante tenga que contestar un correo urgente, comparta un tip en Foursquare de lo que está comiendo o se le ocurra responder una pregunta en Twitter. Mi novia, por ejemplo, se enfada muchísimo si toco el móvil cuando comemos juntos, aunque en ese momento estén extraditando a Julian Assange metido en un saco y yo tenga que bloguear algo al respecto.
Bueno, tampoco quiero tildar de intolerantes a quienes no están en conexión perpetua. Tienen mucha razón en que se merecen nuestra atención cuando estamos gozando de su compañía física. En ese sentido, sí, muchos de los entusiastas del móvil somos un tanto desconsiderados. Una cosa es responder un correo urgente de la empresa y otra enfrascarte en una discusión en Twitter sobre el último episodio de Breaking Bad o ponerte a jugar Tiny Wings mientras alguien te cuenta cómo le fue en el día. Eso no es culpa del teléfono: es una cuestión de cortesía y educación. No es que tengas que apagar el móvil cuando estas con otra persona; basta con un poquito de control y sentido común sobre qué es más importante en ese momento. Pero hay algo más que sólo dosificar tu tiempo en el teléfono: saber compartirlo.
En mi experiencia, usar el móvil y ser sociable no son cuestiones incompatibles. De hecho, es muy sencillo hacerlos comulgar si involucras a los demás en lo que haces. Cuando me topo una buena broma en Twitter, la pongo como favorito para mostrarla después. Lo mismo si hallo un artículo interesante o un buen vídeo en YouTube, el cual puedo sacar a colación en la sobremesa. Si estás de fiesta, usa el teléfono para tomar una foto con los amigos, mostrárselas y subirla en ese momento a Facebook. Es decir, úsalo como un complemento a la hora de socializar -no como un escape- y verás que no tendrás problemas con el mundo. Si compartimos lo que hacemos en el mundo físico con el planeta entero a través de la red, ¿por qué no iba a funcionar hacerlo en el sentido inverso? Inténtalo.
Fuente: http://alt1040.com/2012/08/movil-sociable
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