Parece mentira que un cineasta de la influencia de Alfred Hitchcock no tuviera al menos una película que nos alumbrara sobre su verdadera personalidad, más allá de las numerosísimas anécdotas que giran entorno a su personaje, ese creara para vender sus películas. Quizás sea un material demasiado valioso para el debutante Sacha Gervasi que consigue con
Hitchcock una película ciertamente interesante, aunque demasiado cercana a un lenguaje más televisivo que cinematográfico. Es posible que un servidor esperara demasiado al tratarse de la historia de un director capaz de crear filmes tan prodigiosos como Rebecca, Notorious, Rear Window, Vertigo o Psycho. Aunque no es para menos si tenemos en cuenta que se trata de un guión de John J. McLaughlin, responsable de Black Swan. En cualquier caso, no deja de ser una película considerablemente interesante, que profundiza tanto en los incidentes que rodearon el rodaje de Psycho, como la relación que Hitchcock mantenía con su esposa, Alma Reville, que además fue su fiel colaboradora y responsable, en cierta medida, de los éxitos cinematográficos de su marido.
En la primera secuencia de Hitchcock podemos encontrar el primer síntoma que nos advierte que el relato que vamos a presenciar aspira más a arrojar luz sobre sus personajes, que a profundizar en los estereotipos que hicieron de Hitchcock un devorador de rubias. Sin abandonar ese peculiar humor negro que caracterizaba al cineasta británico, vemos lo que vendría a ser un falso tráiler de Psycho, en el que se alude a
Ed Gein, uno de los asesinos más lamentablemente populares de los Estados Unidos y que no sólo inspirara a Robert Bloch para escribir la novela que adaptaría Hitchcock en Psycho, sino que también sirvió a otros monstruos cinematográficos como Leatherface en The Texas Chainsaw Massacre y Buffalo Bill en The Silence of the Lambs.
Partiendo de este punto la película adquiere una
credibilidad y veracidad que acredita todas y cada una de las cuestiones que plantea, así como resta importancia a asuntos como la responsabilidad de determinadas secuencias como la de la ducha, por ejemplo, que mucha gente se empeña en atribuir a
Saul Bass. A mi también me fascinan sus diseños y títulos de crédito, pero la trayectoria de Hitchcock no tiene porqué plantear una duda sobre esa secuencia, en consonancia con el resto de su obra.
Contribuyen a generar este clima de verdad las interpretaciones de todos y cada uno de los integrantes del reparto. desde
Toni Colette hasta
Danny Huston, que interpretan a los personajes menos mediáticos, a las reconstrucciones de
Scarlet Johansson, Jessica Biel o
James D'Arcy, que interpretan al trío protagonista de la película dentro de la película. Pero los que consiguen hacer gala de su fabulosa capacidad son
Anthony Hopkins y
Helen Mirren. Quizás más ella que él.
No sé si porque parte de la efectividad del personaje de Hitchcock pueda deberse a la caracterización física del personaje, que ciertamente es muy lograda, así como la dicción y el acento, aunque en ocasiones me da la impresión de que habla mucho más deprisa de lo que lo hubiera hecho el propio Hitchcock. O precisamente porque no somos capaces de identificar con tanta precisión a Alma Reville, siempre en la sombra en la vida real. Si a esto sumamos que el personaje interpretado por Helen Mirren es mucho más agradecido que el de Hopkins, al mostrar en todo momento sus sentimientos, al contrario que Hitchcock, que se amparaba detrás de un comportamiento neurótico muy propio de los personajes que protagonizaban sus películas, entenderemos los motivos por los que se ha alabado más la interpretación de ella que la de él.
Más que una película, da la impresión de que se podría hacer una serie o una larga saga en torno a los rodajes de todas y cada una de las películas de Alfred Hitchcock, a pesar de que se intuye que se han dejado muchas cosas en el tintero. No sé hasta qué punto le queda claro al espectador la relación que tenía con su compositor,
Bernard Herrmann, y su lucha por convencer al director de que incluyera música extradiegética en la secuencia de la ducha. Parece eludirse la manera en la que realizaba sus
storyboards, ¿los dibujaba él o daba indicaciones precisas a alguien?
Sí queda clara su implicación en todas y cada una de las partes del rodaje, pero echo de menos conocer cómo fue la colaboración con su director de fotografía, John L. Russell, o con su montador, George Tomasini. Si bien se apunta perfectamente la manera en la que encauzó las interpretaciones de sus actores, quizás habría disfrutado con algún detalle más. Pero estas faltas no desmerecen en absoluto el conjunto global de una película que consigue humanizar al personaje que retrata, así como restablecer la responsabilidad que su esposa, cineasta como él, a su legado artístico. La familia que hace cine unida, permanece unida.
Fuente:
http://extracine.com/2013/01/critica-hitchcock