Fotos: Martín Báez.
"Prefiero tocar una canción durante 12 horas que 12 canciones en una hora". El dicho, atribuido a Bill Evans, uno de los artífices del piano tal como lo conocemos en el jazz moderno de tríos, expresa en una sola línea y a partir de un juego de palabras sumamente convencional varias de las esencias del género: virtuosismo, talento y capacidad de improvisación.
Y si bien las comparaciones entre el Bill Evans Trio y el Brad Mehldau Trio han conseguido incluso malhumorar a Mehldau, el concierto de este martes plasmó cabalmente esa consigna: aunque no al extremo literal, ya que fueron 7 temas en cerca de una hora y media, el pianista transmite desde la primera nota de Great Day (tema del McCartney de fines de la década de 1990 con el que abrió) que su intención es tomarse el tiempo para explorar las melodías originales hasta convertirlas en otra cosa. A esta altura de la historia de esta formación, hoy por hoy uno de los cuatro o cinco números más prestigiosos de la escena jazzera, es un auténtico placer comprobar en vivo que Larry Grenadier y Jeff Ballard son bastante más que "el contrabajista" y "el baterista" del trío que lidera el pianista estadounidense. El diálogo que establecen es tan profundo y de tal conocimiento que habría que encontrar un nuevo estándar para la palabra "improvisación". No en vano la discografía de Mehldau incluye cinco volúmenes titulados The art of trío, un arte perfeccionado hasta el extremo de lo impecable.
Ten tunes, una de las composiciones de Mehldau incluida en el setlist del concierto en el Libertador, es la prueba extrema, con solos de dos o tres minutos por cada instrumento y especial lucimiento de Ballard, que atraviesa el suyo sin pirotecnia ni excesos, con una economía de recursos ad hoc que vuelve aún más difícil la proeza. Lo de Grenadie es todavía más remarcable, tanto cuando pulsa las cuerdas como cuando toma el arco en la primera parte del tema. Esos más de 15 minutos ofrecieron, además, una de las fotos de la noche: el pianista sentado con las piernas cruzadas como en yoga, atendiendo como el resto de los espectadores a las derivaciones del solo del baterista.
Pero si Mehldau puede volcar en Ten tunes todas las influencias clásicas y románticas que suele dispersar en el resto de todo lo que firma, desde Beheetoven hasta Rajmáninov, y conquistar a los puristas, es inevitable que uno de los principales atractivos de sus conciertos consista en tratar de descubrir qué está tocando cuando aborda canciones de rock o de pop y las abisma en su mundo de escalas y variaciones.
A veces es fácil, como en la conmovedora rendición de And I love her, de Lennon y McCartney, con Ballard pulsando los parches de sus redoblantes con la yema de los dedos; otras más complicado, tal el caso de Friends, de los Beach Boys, o Cheryl, de Charlie Parker. Lo fascinante (siempre es fascinante, en eso hay variación) es descubrir que en ningún caso el Brad Mehldau Trío lleva a terreno intelectual lo emocionalmente original de cada melodía: es música para los oídos, mucho más que para la razón. Y así sería incluso si tocaran una canción durante 12 horas.
Fuente: http://vos.lavoz.com.ar/clasica/jazz/brad-mehldau-o-emocionante-arte-trio