A raíz de la última polémica con el famoso
selfie del presidente Obama, el Primer Ministro Cameron y la Primera Ministra Thorning, el fotógrafo que sacó la fotografía del momento reflexiona sobre la mentira de las fotografías.
Selfie Obama
Que las fotografías pueden mentir es algo que la gente sabe pero prefiere ignorar. O simplemente no lo piensan. Encienden la cámara, disparan y recogen justo lo que quieren ver, dejando en el olvido todo lo que rodea al encuadre que han hecho o que espontáneamente han elegido. Ante una de las fotos más llamativas del funeral en Sudáfrica de
Nelson Mandela, las críticas no han hecho más que llover. Por eso Roberto Schmidt, el autor que hizo una de las imágenes más llamativas de la celebración, explicó los pormenores del momento:
Capturé la escena reflexivamente. Alrededor de todo el estadio los sudafricanos estaban bailando, cantando y riendo en honor de su fallecido líder. Era más bien como una atmósfera de carnaval, nada mórbido. La ceremonia llevaba dos horas y aún iba a durar dos horas más. La atmósfera era totalmente relajada, no vi nada impactante a través del visor de mi cámara, presidente de los Estados Unidos o no, estamos en África.
Después leo en las redes sociales que Michelle Obama parecía estar furiosa al ver que la Primera Ministra tomó la fotografía, pero las fotos pueden mentir. En realidad, justo unos segundos antes la Primera Dama estaba bromeando con los que estaban a su alrededor, incluyendo a Cameron y a Schmidt. Su seria expresión fue captada por casualidad.
De repente, todas las interpretaciones que estaban saltando a la palestra dejan de tener sentido y simplemente es una reacción natural y espontánea entre colegas del mismo gremio.
Muchos dijeron que era la típica escena de celos, que no era serio hacerse una foto así en un funeral, que si reflejaba problemas de pareja...
Cualquier imagen de Doisneau o de Cartier Bresson, o de Brassai es pura mentira
El único problema fue tomar por cierto un encuadre fotográfico, cuando es una de las elecciones más subjetivas que podemos encontrar.
La fotografía manipula lo que está pasando desde el momento en el que el fotógrafo decide hacer una foto. Uno de los ejemplos más claros es la fotografía humanista de los grandes maestros europeos del siglo XX. Cualquier imagen de Doisneau o de Cartier Bresson, o de Brassai es pura mentira. Si os fijáis en cualquiera de sus famosas fotografías, han esperado que pase algo para disparar. No lo han hecho ni antes ni después, y ese breve momento, que prácticamente no ha existido, salvo en la mente del creador que quiso que la gente lo viera así, es el que ha pasado a la historia. Es menos de un segundo, un instante imperceptible que nunca hasta la invención de la fotografía se había visto. No recuerdo quién lo hizo, pero uno de los fotógrafos más importantes de la segunda mitad realizó una exposición que llamó Tres segundos, el tiempo sumado de todas las fotos que estaban expuestas.
Es escaso y circunstancial el tiempo que capta un fotógrafo.
El
selfie de los mandatarios parecía, sin conocer el contexto, una falta de respeto en un funeral y un clarísimo ataque de celos de la mujer del presidente. Después de escuchar al autor, entendemos que
lo que estamos viendo es un momento de relajación en una fiesta de funeral africana, muy lejos de la tristeza europea, donde no dejamos de llorar. Y que el gesto de la Primera Ministra es de pura cordialidad y que el rostro de la mujer del presidente no es más que un instante imperceptible. En cualquier otro momento estuvo sonriendo.
La fotografía depende mucho del encuadre, de las ideas del fotógrafo en dicho momento y de lo que quiera comunicar. Es así de triste. La fotografía nunca es verdad, sólo es una interpretación de la realidad. El espectador decide si coincide con las ideas del autor o prefiere ver otras cosas.
Algunos morimos por Robert Frank, y otros prefieren el mensaje de Ansel Adams, mucho más tradicional y perfecto. Elegir uno u otro por sus ideas visuales, algo más divertido que las tristes ideas políticas.
Uno de los grandes mentirosos fue Eugene Smith, quien no dudaba en manipular las escenas para que se adaptaran a sus ideales. Lo más increíble es que su obra no pierde ningún valor. ¿Por qué? Todos los fotógrafos hacemos lo mismo,a nuestra manera. Tenemos que asumir que somos mentirosos y encima todos nos creen. Es maravilloso, pero en el fondo es algo siniestro.
Fuente:
http://altfoto.com/2013/12/fotografias-pueden-mentir