Punta del Diablo ofrece nuevamente un paisaje distinto a los anteriormente visitados: Sus pocas casas se fusionan con la inmensa costa, casi en un todo.
En sus inicios era un parador de pescadores, los cuales principalmente se dedicaban a la pesca de tiburones. A su vez, las esposas comenzaron a hacer artesanías con materiales propios del lugar, lo que devendría, con la llegada posterior del movimiento turístico, en la actual feria artesanal.
En sus aproximadamente 10 KM de playas, uno siente el majestuoso poder del océano. De azul profundo y con una furia incomparable a los destinos anteriores, el agua golpea incesantemente la costa de la punta, pero esto no detiene ni a pescadores ni a surfistas, los cuales encuentran deleite por igual en las dos playas principales del lugar.
Punta del diablo es prolijo colorido y muy tranquilo. Da mucho gusto caminar tanto por el pueblo como por su costa. Los precios de comida y alojamiento que encontré en mi visita, si bien no fueron de los más económicos del viaje, tampoco llegaron a los exorbitantes valores de Punta del Este o Cabo Polonio.
Pero esto no es todo. Muy cerca (Se puede llegar a pié), se encuentra el Parque Nacional de Santa Teresa, en donde se encuentran tanto la Fortaleza homónima, como el área costero-marina protegida de Cerro Verde, destinos que personalmente reservé para visitar en otra oportunidad.
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También podés verlas directamente desde Picasa.
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La semana que viene, nos volvemos a Montevideo, a disfrutar de una noche de comparsas en el Desfile de Llamadas 2014…