Esta es una edición especial de mis crónicas de Buenos Aires. Hoy, vamos a dar un paseo por los tiempos fundacionales de la Argentina moderna, o más precisamente, por el primer escalón que pisaron muchos de nuestros abuelos cuando vinieron a hacerse la América: El Hotel de los Inmigrantes.
Resumiré la historia y presente de este maravilloso tesoro, esta vez, basándome en los escritos de la Dra. Diana B. Wechsler, Investigadora Principal del CONICET y Directora de Instituto de investigaciones en Arte y Cultura de la Universidad Tres de Febrero, los cuales pueden leer en el sitio oficial.
Con el advenimiento de la Revolución Industrial, y los cambios sociales, económicos y políticos que trajo aparejada, miles de personas se vieron impulsadas a emigrar en busca de mejores horizontes. Hasta la década de 1870 los viajes transoceánicos eran muy largos pero las mejoras tecnológicas lograron acortarlos a un par de semanas. A partir de ese momento los contingentes de inmigrantes se fueron acrecentando año tras año. Esta situación obligó a las autoridades nacionales a brindar un auxilio efectivo a los recién llegados. Distintos inmuebles fueron utilizados para este fin hasta que a fines del siglo XIX se hace imprescindible encarar la construcción de un complejo que tuviera todas las comodidades y servicios necesarios para la atención adecuada de los recién llegados.
En 1905 comienza la construcción del complejo, la primera obra fue el Desembarcadero con todas las comodidades para atender a los pasajeros de 1º, 2ª y 3ª clase y las oficinas de Aduana, Prefectura y Dirección Nacional de Higiene terminada a fines de 1907. Al año siguiente se construyó el edificio de la Administración y de la Dirección. En 1909 se levantaron la Enfermería, Lavaderos y Baños. Por último se construyó el edificio donde estarían el comedor y los dormitorios que fue inaugurado en 1911. En la planta baja funcionaban el comedor, la cocina, la panadería y la carnicería, en los tres pisos superiores estaban los dormitorios, cuatro por piso con capacidad para 250 personas cada uno. Este edificio fue uno de los primeros construidos en hormigón armado de la ciudad y respetaba todas las normas del Higienismo de la época: paredes azulejadas, grandes ventanales para ventilar, amplios corredores y escaleras de fácil limpieza.
La rutina de los que se alojaban era muy estricta, a las seis de la mañana las celadoras despertaban a los huéspedes y se organizaba el desayuno por turnos de mil personas. Luego las mujeres se ocupaban del lavado de la ropa y los niños mientras los hombres tramitaban su colocación en la oficina de trabajo. Todos podían entrar y salir libremente del Hotel. Al mediodía se servía el almuerzo, cuyos menús variaban entre sopa, guiso con carne, puchero, pastas, arroz o estofado, y a las tres de la tarde la merienda para los niños. A partir de las seis comenzaban los turnos de la cena y a las siete se abrían los dormitorios. A lo largo del día se ofrecían cursos sobre el uso de maquinaria agrícola, labores domésticas, también había conferencias y proyecciones sobre historia, geografía y legislación argentina. El período de alojamiento estaba estipulado en cinco días según la ley, pero muchas personas pudieron permanecer por más tiempo.
El Hotel funcionó hasta el año 1953, y a lo largo de su historia se alojaron alrededor de un millón de personas. En 1990, mediante el Decreto Nro. 2402, fue declarado Monumento Histórico Nacional.
Desde septiembre de 2013, La Universidad Nacional de Tres de Febrero está recuperando y es continuadora de este museo fundado en 1974, situado en el tercer piso del viejo Hotel de Inmigrantes, gracias a la articulación institucional y operativa entre ellos y la Dirección Nacional de Migraciones, para el desarrollo de un ámbito permanente de memoria y homenaje destinado tanto a quienes vinieron desde Europa, Asia y África a compartir este suelo con intensidad, desde la segunda mitad del siglo XIX, como a nuestros hermanos sudamericanos que concretan la permeabilidad que impulsa nuestra legislación, y si bien varios sectores aún se encuentran en obra, las mismas van avanzando poco a poco, haciendo cada visita aún más disfrutable.
De esta manera, la UNTREF retoma un espacio tanto para la construcción de la memoria histórica como para la reflexión de las condiciones actuales de las migraciones; respetando a los inmigrantes que se afincaron y encontraron una patria y reivindicando al mismo tiempo a los pueblos originarios que están en la base de nuestra nacionalidad. Este Museo de la Inmigración, tiene como rasgo diferencial el presentar al público la experiencia del migrar en sus tramos del viaje, la llegada, la inserción y el legado, procurando que el espectador indague en las condiciones del migrante del pasado tanto como en las actuales, con la inclusión de documentación histórica, fotografías, films, y testimonios contemporáneos.
En las instalaciones también funciona el Centro de Arte Contemporáneo, espacio en el que oportunamente pude conocer la obra de Vik Muniz, desde su muestra.
Sin dudas la visita a este espacio es un infaltable, en donde siempre encontraremos un pedazo de historia, (Pasada o presente), con que asombrarnos.
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