El pueblo fue fundado oficialmente en 1753, aunque las actas de nacimiento encontrados en la parroquia de Humahuaca indican que la presencia de habitantes se remonta un siglo antes de su fundación. Estos habitantes son descendientes de los incas. Existen varias ruinas a los alrededores que prueban la existencia de una etnia homogénea antes de la llegada de los realistas. Un ejemplo son las ruinas de Titiconte, ubicado a unos 8 km al este de Iruya.
Los primeros habitantes sobrevivían, y continúan haciéndolo, mediante los cultivos de subsistencia. Principalmente se dedicaban a la cría de ganado, como ovejas, cabras y en menor medida la llamas, y también practicaban la agricultura, cultivando maíz, papas, ocas y otros productos agrícolas.
Incluso hoy en día, sus habitantes siguen subsistiendo mediante la práctica del trueque. Sin embargo, debido a su cercanía con la quebrada de Humahuaca, el turismo está comenzando a desarrollarse.
Iruya contaba con 1523 habitantes (INDEC, 2010), lo que representa un incremento del 42,3 % frente a los 1070 habitantes (INDEC, 2001) del censo anterior, y por el avance edilicio apreciado en mi visita, este número volverá a incrementarse sustancialmente en el próximo recuento.
Poco a poco, nuevos habitantes se van sumando a la tranquila y aislada Iruya, haciendo mutar su fisonomía, cosa que se nota también en los pobladores nativos de la zona, quienes no con poco descontento, refunfuñan ante los turistas que invaden su cotidianeidad. Quizá en un futuro no muy lejano, Iruya haya terminado, irremediablemente, de perder su magia original. En mis viajes he vivido en más de una oportunidad éstas tristezas, pero siempre hay esperanzas en que las regulaciones, la educación, y la reivindicación de las tradiciones vuelvan a aflorar para mantener un equilibrio con la siempre traicionera prosperidad.
La próxima semana, nos vamos a caminar la Quebrada del Rio San Isidro, en busca de dicha localidad…