El primer punto a destacar, saliendo de Antofalla y costeando el Salar homónimo, son los Ojos de Campo. Éstas son pequeñas lagunas circulares interconectadas, muy cercanas entre sí, pero con la particularidad que debido a su composición química, cada una refleja la luz de un color diferente: negro, naranja, amarillo y azul.
El camino dio paso a la Quebrada del Diablo y ésta, a su desierto de puna, para coronar la vuelta desde las mismísimas Sierras de Antofagasta.
¿Cómo describir esta experiencia? Muy difícil…
Una imponente e interminable sucesión de paisajes verdaderamente de otro planeta. Y en cada curva, el entorno parece mutar radicalmente respecto de lo que veníamos viendo. Las texturas y colores se suceden de una forma inenarrable, y acá cualquier descripción vuelve a quedárseme corta. Sin dudas, un punto fuerte de este viaje, que por su extensión y variedad en colores y texturas, me resultó mucho mas sorprendente aún que la mismísima Serranía del Hornocal.
El dia terminó desde las alturas de la minúscula Paicuqui, y desde acá, volví a sentir como me abrazaba la plenitud de la inmensidad. Inolvidabilidad pura.
Con ustedes, algunas imágenes de esta maravillosa experiencia, como siempre, en el siguiente álbum:
En nuestro próximo encuentro emprendemos la vuelta a Belén, desde el camino que nos llevaría al alucinante Campo de Piedra Pómez…